Hoy quiero contarte sobre un tema que siento que he “aclarado” bastante, y que es un punto de inflexión en mi vida. La verdad, un pasaporte a la libertad muy grande para mí y que quizás puede serlo también para ti.

A raíz de una situación que viví semanas atrás con mi compañero Enrique, se me abrió una antigua herida de traición que experimenté en una relación anterior. Una herida que, aunque ya la había mirado parece que quedaba algo, y es la que me ha permitido ahora tener esta sanación.

Unas horas después de que sucedió esta situación con Enrique, en lugar de juzgarme a mí misma por haber dudado de él y por el “estado de ansiedad” en el que entré, sentí una compasión tremenda hacia mí misma y comenzó a aflorar una tristeza de la que no era consciente.

Cuando los dos por fin pudimos hablarlo, no me coloqué en la víctima, somos ya viejas conocidas y sé perfectamente cómo dificulta llegar a la verdad, y se lo conté todo haciéndome cargo de lo que me estaba pasando, pues veía que tenía que ver con mi herida anterior.
Enrique me acompañó con respeto y comprensión, hablamos, y ahí quedó resuelto el asunto entre nosotros.

Cuando nos pasan estas situaciones agradezco tanto las horas que hemos dedicado a tomar formaciones de crecimiento personal, pasear por la naturaleza, hacer terapia, meditación…

En los días posteriores yo estuve atendiendo esa tristeza que me estaba aflorando, sin hacer nada para evitarla ni buscar soluciones puntuales y me pasó algo nuevo en mi vida:

De repente me llegó claramente que había dentro de mí un impulso muy fuerte para evitar el abandono, y era un impulso que llevaba toda la vida conmigo.

Ver esto fue muy sanador, sentí que algo se relajó en mí profundamente cuando llegué a esta verdad.
Y seguí con la tristeza, permitiendo el proceso y nutriéndome un montón de la naturaleza.

Esos días estuve escuchando en casa sonidos de naturaleza, viendo documentales, salí al prado siempre que pude, anduve hasta mi “roca altar”, olí el frío del bosque … No sabía por qué, pero eso me ayudaba, me sentaba bien, era lo que necesitaba.

Y en ese proceso me di cuenta de que el impulso a Ser de una determinada manera para que no me abandonen, o el impulso a Hacer cosas para ser querida y no ser excluida, no era algo mío en realidad.

Ese impulso pertenecía a mi madre, pues ella sí había sido abandonada por su propia madre en una casa cuna.

Por un lado, fue un momento ¡Eureka! Y, por otro, sentí una compasión muy grande hacia el esfuerzo tan grande que ha estado haciendo mi madre toda la vida para no volver a ser abandonada, sentí mucho amor hacia ella.

Con esta información clara ya he podido colocar esta fidelidad ciega que tenía hacia ella, y la he soltado. Ha sido muy liberador. Para mí es un antes y un después, una libertad indescriptible que mi alma anhelaba y que ya estoy viendo cómo influye en mi vida, en mis relaciones, en mis decisiones…

Quizás esta historia te resuena en algo porque, aunque tu madre no fuese abandonada, venimos de familias donde ha habido abandono, en alguna de sus formas, y eso queda en el sistema familiar y pasa de generación en generación.