Hoy escribo en este espacio tan íntimo con calor en el corazón, porque quiero compartir contigo una toma de consciencia importante… algo que me viene acompañando desde hace tiempo y que creo que te va a resonar profundamente.
El punto ciego de quienes llevamos años en el camino espiritual
Llevo muchos años transitando el camino del crecimiento personal y espiritual. He mirado mis heridas de infancia y adolescencia. En su momento hablé con mis padres desde el respeto y la verdad, agradeciendo lo recibido y nombrando lo que eché de menos. He revisado mis vínculos, mis relaciones, mis patrones… y sigo haciéndolo.
Mi presente es bueno, luminoso incluso. Pero hay algo que se me sigue resistiendo:
Mantenerme en el Amor hacia mí misma.
El autosabotaje silencioso de los buenos hábitos
Lo veo con claridad en algo muy concreto: mis prácticas diarias.
Hay cosas que hago cada día que me centran, me reparan y elevan mi luz —igual que tú tendrás las tuyas: meditar, caminar, respirar, escribir, lo que sea—. Prácticas que me hacen bien, que me devuelven a mí.
Pero, cada cierto tiempo, llega un día en que, por lo que sea, no puedo hacerlas.
Totalmente normal, la vida tiene imprevistos.
El problema llega después: al día siguiente me cuesta retomarlas. Al otro también… y, sin darme cuenta, puedo pasar casi una semana desconectada de esos hábitos que me sostienen.
Y quizá me dirías: “Bueno, Carmen, tampoco es para tanto…”.
Pues sí lo es. Lo es muchísimo.
Porque cuando dejamos de hacer lo que nos sienta bien, dejamos de Amarnos Incondicionalmente.
Porque ahí es donde empieza la pérdida de luz, de centro, de presencia.
Y, sobre todo, perdemos la posibilidad de ser el potencial enorme al que estamos destinadas.
No es ninguna broma. Es profundo. Y este parón tiene consecuencias en todo: en el ámbito familiar, laboral, afectivo… en la vida entera.
Lo que este patrón revela de verdad
Cuando nos cuesta retomar un buen hábito después de perderlo por un día, eso habla de algo más hondo:
Aún necesitamos integrar el Amor Incondicional hacia nosotras mismas.
A veces no sostenemos buenos hábitos porque vivimos en modo supervivencia.
O porque tenemos todavía heridas abiertas que dificultan dedicarnos tiempo, presencia y cuidado.
Pero otras veces no es eso.
A veces estamos bien, no estamos en supervivencia, hemos hecho trabajo personal… y aun así nos cuesta.
Porque vivimos en una sociedad donde el amor a una misma no se valida ni se protege.
Donde parece que cuidarnos es un lujo, un capricho o algo que debe venir de fuera.
Y remar a contracorriente de ese mandato colectivo… no es fácil.
Es, en realidad, un tema estructural profundo. Un gran egregor que nos envuelve a nivel global y que nos susurra que “el cuidado bueno viene de fuera” o que “hay que comprarlo”.
Y aquí viene algo que me dijo el Ser de Luz María Magdalena, hablando sobre este tema:
“No pasa nada por flexibilizar vuestro compromiso con los hábitos que os sientan bien, si así lo decidís. Tampoco debéis culparos cuando, sin decidirlo, los perdéis. Pero sí necesitáis daros cuenta de que AMAROS, dentro de vuestra sociedad, es un acto de resistencia.”
Cuando escuché eso, algo en mí se recolocó.
Amarte hoy es resistir
Querida mujer, ¿cómo te quedas con todo esto que te comparto?
¿En qué parte de tu vida notas que te cuesta sostener hábitos que te nutren?
¿Y qué cosa concreta haces que sea, para ti, un acto de amor incondicional… o incluso un acto de resistencia?
Porque cada vez que eliges cuidarte, escucharte, darte un espacio, sostener una práctica —aunque sea cinco minutos— estás desafiando ese viejo egregor colectivo… y estás afirmando algo poderoso:
“Mi luz importa.”
“Yo importo.”
Y ese, querida, es el inicio de toda transformación verdadera.